Nuestra señora de París página 7

¿Te acuerdas de la mujer que siempre le gritaba “gitana, gitana” a Esmeralda? Ella estaba encerrada en una celda. Ahí había una ventana desde donde podía ver la plaza. Cada mañana ella gritaba:

—¡Mi hija, mi hija! ¡Ya no te veré nunca! ¡Qué triste estoy! ¿Dónde estás?

Una mañana, mientras decía eso, vio pasar a mucha gente. Era el día en que iban a castigar a Esmeralda.

Mientras tanto, la gitana llegó en una carreta a la plaza. Estaba amarrada. Cuando la bajaron, soltó un grito de felicidad. ¡Había visto a Febo! “Me mintieron, ¡mi Febo está sano!”, pensó.

—¡Febo! —gritó—. ¡Febo de mi vida!

El capitán puso una cara muy seria, dijo algunas palabras que ella no alcanzó a escuchar y le dio la espalda.

—¡Febo! —gritó ella—. ¡No creas lo que han dicho de mí!

En un hueco de la iglesia había alguien que lo observaba todo. Parecía hecho de piedra. Sin que nadie lo viera, había atado una cuerda en una de las grandes rejas de la catedral. Cuando los verdugos iban a cumplir la orden de castigar a la pobre muchacha, él tomó la cuerda y saltó hacia la joven. Con mucha facilidad lanzó por los aires a los hombres que la iban a lastimar, luego la tomó con uno de sus brazos, corrió muy veloz por los tejados y regresó a la iglesia. ¡Todo fue tan rápido que nadie entendió qué había sucedido!

Imagen 24

—¡Asilo! —dijo Cuasimodo.

—¡Asilo! —dijo también la multitud que veía la escena.

Cuasimodo escaló una torre. Se quedó ahí parado con Esmeralda en sus brazos. Él parecía una estatua más de la catedral. ¡En ese momento Cuasimodo estaba hermoso! Se sentía fuerte y valiente. Después comenzó a correr por toda la iglesia con la muchacha en brazos. Seguía gritando:

—¡Asilo, asilo!

Debes saber que en aquella época, las iglesias podían dar asilo a los condenados. Los policías tenían prohibido entrar por ellos. Esto quiere decir que Esmeralda estaba segura mientras se quedara en la catedral.

Frollo estaba muy lejos, por lo que no pudo ver lo que sucedió. Iba caminando mientras pensaba en todo lo que había hecho. Se preguntaba: “¿por qué me convertí en un hombre malo?” Ya no quería a nadie, ni siquiera a su hermano. Sufría mucho porque se dio cuenta que estaba solo. Ya no lo iba a amar a nadie nunca. O por lo menos eso es lo que él pensaba.

Tomó un barco y se alejó lo más que pudo. Mientras se iba, alcanzó a escuchar muchos gritos en la plaza. “De seguro están castigando a mi Esmeralda”, pensó. Pero no era así, porque ya sabes que ella fue salvada por Cuasimodo.

—¿Por qué me salvaste? —le preguntó Esmeralda al jorobado.

Él la miró. Estaba tratando de entender lo que le decía. Ella repitió la pregunta. Él la miró con tristeza y se fue de ahí.

Esmeralda se quedó asombrada.

Al poco rato, Cuasimodo volvió y puso un paquete enfrente de ella. Eran vestidos que algunas buenas mujeres le habían dejado en la entrada de la iglesia. Después el jorobado le puso comida y dijo:

—¡Come!

Luego colocó un colchón en el suelo, le puso algunas cobijas y dijo:

—¡Duerme!

¡Eran su propia comida y colchón! La gitana lo vio con agradecimiento. La pobre muchacha no sabía qué pensar. Cuasimodo le daba mucho miedo por lo feo que era, pero también estaba muy agradecida con él.

—Te doy miedo. ¿Soy muy feo? —preguntó Cuasimodo—. No es necesario que me mires. En el día debes quedarte en este cuarto, en la noche puedes pasear por toda la iglesia. ¡Es muy importante que no salgas de la catedral! Si lo haces, te van a atrapar de nuevo y a mí me castigarán otra vez.

Ella estaba muy emocionada. Levantó la cabeza para contestarle, pero ya se había ido.

A la mañana siguiente se sintió más tranquila. ¡Estaba segura! Abrió los ojos y se espantó. Cuasimodo estaba enfrente de ella.

—No tengas miedo que soy yo, tu amigo —dijo el jorobado—. Ya puedes abrir los ojos de nuevo, me escondí detrás del muro.

Ella pensó: “este hombre es el más bueno que he conocido. ¿Qué importa que sea tan feo?”. Entonces le dijo:

—Ven, acércate a mí.

Como Cuasimodo no escuchaba, creyó que le había dicho: “vete de aquí”, como lo hacía todo el mundo. Entonces se alejó lentamente. Esmeralda volvió a gritarle que regresara, pero no la escuchó. La muchacha se levantó corriendo y lo tomó de un brazo. Al ver que ella sonreía, el rio también.

—Yo sé que soy feo, pero ahora me siento horrible. ¡Es que tú eres tan hermosa!

Ella se rio y le dijo:

—Eres un bello ser humano.

—Podemos entendernos por señas. Y si hablas lento, puedo leer tus labios —dijo Cuasimodo.

—Muy bien —le dijo la gitana—. Ahora contéstame, ¿por qué me salvaste?

—Yo intenté raptarte, pero fue una orden. No sabía que estaba mal. Luego, cuando a mí me iban a castigar, tú fuiste buena y me diste un vaso con agua. Eso ha sido lo más amable que ha hecho alguien por mí. Nunca olvidaré que tú fuiste bondadosa conmigo.