La odisea página 6

—Anciano, estos perros casi te devoran. Ven, luces muy cansado, te daré de comer y beber y así me cuentas quién eres y lo que has tenido que sufrir para llegar aquí.

El porquero le contó al anciano Ulises cómo los pretendientes se apoderaban de las riquezas de nuestro héroe y que nadie podía hacer nada al respecto. El porquero creía que Ulises jamás volvería, e incluso dijo que llegan cientos de personas con Penélope a decir que su esposo viene en camino, pero sólo lo hacían para ganarse algo de comer.

—Amigo —dijo Ulises—. Sé que has perdido la fe, pero yo sé que Ulises viene en camino. Cuando veas que es cierto, solo hasta ese momento, me das una túnica y hermosas ropas.

Sin embargo, el porquero siguió sin creer. El Ulises anciano le contó todas las aventuras que hemos narrado en este libro, pero como si Ulises fuese compañero suyo, y no él mismo. Es decir, se comportaba como si fuera uno de los hombres de Ulises y no el verdadero. El porquero no creyó nada. Entonces, invitó a dormir a Ulises ahí mismo, pues lucía muy cansado.

Canto 15

Mientras tanto, Atenea fue en busca de Telémaco para que volviera a Ítaca. Le dijo que estaban presionando a su madre para que se casara con un tal Eurímaco. Telémaco se levantó y le suplicó a Menelao que lo ayudara a volver a casa. Menelao le dijo que no era posible a esas horas de la noche, pero que, si le urgía, haría que volviera a casa.

Ulises seguía comiendo con el porquero y decidió ponerle una trampa, para ver si lo continuaba cuidando o lo dejaba ir. Ulises le comentó que quería irse para mendigar, pues no quería seguir siendo una carga para él, El porquero le dijo que eso era absurdo y no lo dejó marcharse. Le contó todo su sufrimiento y cómo Ulises lo había salvado y cuidado. Lo menos que podía hacer es ayudar a los desamparados. Ulises se conmovió muchísimo. Se dio cuenta de que el porquero era un hombre bueno en verdad.

Canto 16

Cuando nuestro anciano Ulises y el porquero de nombre Eumeo se preparaban a desayunar, notaron que los perros no ladraban, sino que meneaban la cola como si alguien conocido se acercara. ¡Era Telémaco!, el hijo de Ulises, que había viajado mucho tiempo buscando noticias de su padre.

Telémaco preguntó quién era ese forastero y cuando le contaron más o menos sus aventuras, el hijo de Ulises decidió vestirlo, pero no le permitió acercarse a donde estaban los pretendientes. Además, Telémaco le pidió que fuera a decirle a Penélope, su madre, que estaba ya en casa sano y salvo.

De pronto, apareció la diosa Atenea, pero Telémaco no la podía ver, porque a veces los dioses no se dejan ver por todos los mortales. Se llevó afuera a Ulises y lo volvió a convertir en el hombre que era antes. Al regresar Ulises, su hijo se sorprendió y le preguntó si era un dios, para transformarse de esa manera.

—No soy un dios, hijo —respondió Ulises—. Soy tu padre, por el que te lamentas tanto.

Telémaco se sorprendió y no le quiso creer al momento. Ulises le contó que podía transformarse así gracias a Atenea. Pon fin su hijo comprendió y abrazó a su padre con mucha fuerza.

Telémaco le habló más acerca de los pretendientes y le pidió a Ulises que le contara brevemente dónde había estado. Nuestro héroe le contó, pero Telémaco le interrumpió diciéndole que los pretendientes eran demasiados y que no podrían vencerlos. Ulises respondió:

—¿Te parece poco tener como aliados al dios Zeus y a la diosa Atenea?

Nuestro héroe ideó un plan: le pidió a Telémaco que se dirigiera y reuniera a los pretendientes, pues él acudiría pronto disfrazado de anciano y acompañado del porquero.

Mientras tanto, los pretendientes se enteraron del regreso de Telémaco y planeaban la forma de deshacerse de él. Penélope se enteró del plan de los pretendientes y los regañó por tan crueles para planear algo en contra de su hijo. Pero un hombre que quería mucho a Ulises la tranquilizó. Le dijo que nadie atacaría a su hijo mientras él siguiera con vida.

Canto 17

Telémaco decidió ir a la ciudad para ver a su madre. Le pidió al porquero que llevara al anciano Ulises (que recobró esa forma gracias a Atenea) a mendigar a la ciudad, pues en esos momentos no podía hacerse cargo de él.

Telémaco llegó con su madre Penélope. Ella lo abrazó muy fuerte. Le pidió que se vistiera y saliera, pues esperaba a un forastero que lo acompañaría más tarde. Cuando ella estuvo lista, su hijo le contó sus aventuras y lo que había descubierto sobre su padre: que pronto volvería a casa.

Mientras tanto el porquero llevó al anciano Ulises a la ciudad, pero se encontraron con mucha gente muy grosera. Ulises se molestó y se preparó para golpear a los hombres que los agredían.

Ahí había un perro cerca, llamado Argos, que Ulises había criado apenas unos cuantos meses. Cuando Argos vio a Ulises, movió la cola y bajó las orejas, pero no podía acercarse a su amo, por su edad. Estaba triste el perro, pues creía que su amo jamás volvería y ya no hizo más esfuerzo.

Ulises entró a la casa y le pidió pan o vino a los pretendientes de su esposa para ver quién era justo y quién malo. Algunos lo trataron muy mal. Cuando Penélope se enteró, le pidió a su hijo Telémaco que lo llevara con ella. El anciano Ulises pidió al porquero que le dijera a su esposa que era mejor esperar a la puesta de sol.

Canto 18

Mientras, los pretendientes empezaron a tratar mal al viejo Ulises. Él se defendió con poca fuerza de algunos que intentaron golpearlo. Hasta tuvo que defenderse de otro mendigo que pedía comida a los pretendientes. Éstos le decían que se fuera a dormir a un albergue y que se quedara ahí hablando con astucia y pidiendo pan.

Pronto llegó Telémaco para calmarlos y les pidió que lo dejaran en paz. Todos habían estado en la fiesta demasiado tiempo y ya no pensaban en lo que hacían. Ellos aceptaron y el viejo Ulises se quedó al cuidado de Telémaco.