El retrato de Dorian Gray página 2

—Te presento a lord Henry Wotton. Le estaba diciendo que eres un modelo que se queda muy quieto y sin hablar. Ya lo echaste a perder.

Lord Henry se dio cuenta de que Dorian era un joven muy guapo. Ahora entendía por qué a Basil le gustaba tanto pintarlo.

—Harry, quiero terminar hoy este retrato, ¿te molestaría si te pido que te vayas? —dijo Basil.

—¿Tengo que irme? —le preguntó Harry a Dorian Gray.

—No, por favor no te vayas, lord Henry. Basil está de mal humor hoy y no lo soporto cuando está así.

—¿Te importa si me quedo, Basil? —preguntó Harry.

—Si Dorian lo quiere, te puedes quedar. Si Dorian me pide algo, siempre le digo que sí.

—Gracias, Basil, pero debo irme. Sólo te estaba molestando. Hasta luego, señor Gray. Venga a visitarme alguna tarde. Casi siempre estoy en mi casa a las cinco.

—Basil —dijo Dorian—, si lord Henry se va yo también me iré. Eres muy aburrido cuando pintas. No hablas para nada. Pídele que se quede.

A veces Dorian Gray hablaba como si fuera un niño pequeño y berrinchudo.

—Quédate, Harry, por favor. Siéntate otra vez. Dorian, súbete a la tarima. No te muevas ni le hagas caso a lo que dice Harry. Él tiene una mala influencia en todos.

Dorian se subió a la tarima. Parecía una estatua griega por lo guapo que era.

—¿En verdad es una mala influencia para sus amigos? —le preguntó Dorian a Harry.

—Toda influencia es siempre mala. No existe la buena —dijo lord Henry—. Es como si cambiáramos a una persona por otra.

—Basta, no siga —dijo Dorian—. Déjeme pensar en lo que acaba de decir.

Lord Henry lo observaba. Sabía que sus palabras habían cambiado al joven. Ya no pensaría igual a partir de ese momento.

—Basil, ya me cansé de estar parado. ¿Podemos salir al jardín para que me siente?

—Lo siento. Cuando pinto se me pasa el tiempo muy rápido. Nunca habías posado mejor. Has estado completamente inmóvil. He pintado lo que quería: los labios entreabiertos y la luz en tu mirada. No sé qué te habrá dicho Harry para que te vieras tan bien hoy. Vayan a descansar, pero no tarden demasiado. Nunca me he sentido tan bien como hoy para pintar. Estoy seguro de que ésta es mi obra maestra.

Dorian Gray no entendía lo que le pasaba junto a lord Henry. Acababa de conocerlo y le encantaba su forma de hablar. Pero también le daba miedo, un miedo que no podía comprender. Él no era un niño de escuela. No tenía por qué asustarse.

—No dejes que te den los rayos del sol —le dijo Harry—. Se te echará a perder la piel y Basil nunca te volverá a pintar.

—¿Qué importa eso?

—Mucho, señor Gray. Tienes una maravillosa juventud, y juventud es lo más precioso que se puede tener.

—No lo creo, lord Henry.

—No; no lo crees ahora. Pero algún día, cuando estés viejo, feo y lleno de arrugas, te darás cuenta. Ahora le gustas a todo el mundo, pero no siempre será así. Sí, señor Gray, los dioses han sido buenos contigo, pero el tiempo te quitará tu belleza. No pierdas el tiempo de tu juventud. ¡Vive! No tengas miedo de nada. El mundo te pertenece durante un tiempo. ¡Juventud! ¡No hay más importante que la juventud!

Dorian escuchaba muy atento cuando entró Basil al jardín.

—Estoy esperando —dijo el pintor—. Entren, la luz es perfecta para seguir pintando.

Ambos entraron, Dorian se quedó parado para posar y lord Henry se sentó para ver pintar a su amigo. Después de un cuarto de hora Basil dejó los pinceles. Se quedó viendo su obra durante un tiempo y dijo:

—¡Está terminado! —y lo firmó.

Lord Henry se acercó a mirar el retrato. Era una obra de arte excelente, se parecía mucho a Dorian.

—Mi querido amigo —dijo—, te felicito de todo corazón. Éste es el mejor retrato de nuestra época. Señor Gray, ven a verlo.

—¿En verdad ya está terminado? —preguntó Dorian.

—Completamente —contestó Basil—. Y además has posado mejor que nunca. Muchas gracias.

—Eso me lo debes a mí —dijo lord Henry—. ¿No es así, señor Gray?

Dorian, sin responder, avanzó para ver el cuadro. Se puso muy contento cuando lo vio. Por primera vez se dio cuenta de su propia belleza. Pero recordó que su belleza se perdería. Se dio cuenta que era bello y que después sería feo. Un día, no muy lejano, su hermoso rostro se arrugaría. Sus labios ya no serían rojos. Dorian se puso muy triste.

—¿No te gustó? —preguntó Basil.

—Claro que le ha gustado —dijo lord Henry—. ¿A quién podría no gustarle? Es una de las grandes obras del arte moderno. Te pagaré por él lo que quieras. Debe ser mío.

—No es mío el cuadro, le pertenece a Dorian.

—Qué triste resulta —dijo Dorian con voz muy baja—. Me haré viejo, horrible, espantoso. Pero este cuadro siempre será joven. ¡Debería ser al revés! ¡Quiero ser joven por siempre y que el cuadro se haga viejo! Daría… ¡daría cualquier cosa por eso! ¡Daría el alma!

—No creo que eso te guste mucho, Basil. Tu pintura se pondría horrible —dijo Harry.

—No dejaría que eso sucediera —contestó el pintor.

—Estoy seguro que así lo harías —dijo Dorian—, tu arte te importa más que los amigos. Para ti sólo soy un chico guapo para pintar.

El pintor se le quedó viendo asombrado. Dorian nunca le había hablado mal. No entendía por qué estaba tan enojado.