—Muchacho, no debes embarcarte nunca más. La tormenta fue una señal que te dice: “jamás debes ser marinero”. Si no regresas por donde viniste, sólo encontrarás desastres y decepciones en tu camino.
No lo escuché y me fui hacia Londres aunque aún no sabía qué rumbo seguiría mi vida. Al final, decidí continuar con mi viaje, así que me embarqué con rumbo a África. ¡El continente más emocionante de todos!
Me fui en el barco de un Capitán al que le agradé mucho y me llevó gratis. Antes de partir compré alguna mercancía para vender allá, pues quería hacer negocios.
Ese viaje fue el único afortunado de todos los que hice. Aunque no aprendí a manejar un barco, sí entendí muchas reglas de la navegación y supe encontrar la posición del barco en el mar. Me hice marinero y comerciante, con la mercancía que compraba y vendía gané mucho dinero.
Como ya me consideraba un experto comerciante, quise hacer otro viaje, pero nuestro Capitán ya no estaba con nosotros y tomó el control del barco un oficial. Ese viaje ha sido el peor que haya tenido cualquier marinero. Imagina, íbamos muy tranquilos cuando de pronto ¡nos atacó un pirata que nos persiguió a toda velocidad! Nosotros hicimos todo lo posible para escapar, pero como vimos que nos iba a alcanzar, nos preparamos para el combate. Nuestro barco tenía doce cañones, pero el del pirata contaba con dieciocho. La batalla no duró mucho. Él tenía muchos hombres y mejores armas, así que nos rendimos y fuimos llevados como prisioneros a Salé, un puerto que tenían los moros.
Tal vez pensarás que yo estaba con cadenas y haciendo trabajos horribles, pero no, debo decir que me trataron bastante bien; aunque el Capitán de los piratas decidió mantenerme como su esclavo. Al estar ahí, sólo podía recordar las palabras de mi padre quien dijo que me iría muy mal si salía de casa.
Yo tenía la esperanza de que mi nuevo patrón me llevara con él al mar, pero no fue así, porque me dejó en tierra para que cuidara su jardín. ¡Me aburría muchísimo!
En aquel tiempo yo quería fugarme, pero no encontraba la manera de hacerlo. Y así estuve durante dos años hasta que sucedió algo fuera de lo común. Mi jefe estaba en tierra y no pensaba zarpar por falta de dinero. Una o dos veces a la semana salía a pescar y nos llevaba a mí y a otro joven moro porque le agradábamos mucho. Una vez, mientras estábamos sacando los peces, se levantó una gran neblina que no dejaba ver nada, así que remamos sin saber hacia dónde nos dirigíamos. ¡Era como estar en un laberinto gigante! A pesar de todo, logramos regresar a casa con mucho esfuerzo.
A partir de eso, nuestro amo decidió ser más cuidadoso y no volver a salir sin brújula, comida y agua, por si sucedía algo malo. Además, mandó arreglar el bote para que le pusieran una vela. Salíamos seguido en ese bote y siempre me llevaba a mí porque era el mejor pescador.
Un día decidió ir a divertirse, por lo que ordenó que se pusieran provisiones en el bote. Él esperaba a unos invitados que no llegaron a tiempo para la comida, así que me pidió que buscara la cena. De pronto mis esperanzas de escapar regresaron, pues ¡tenía un bote a mi cargo! Era la oportunidad perfecta que había estado esperando.
—Moley —le dije al joven moro que me iba a acompañar—, las armas de nuestro amo están en el bote, ¿no podrías traer un poco de pólvora y municiones? Tal vez logremos cazar algo.
—Sí —me respondió—, traeré un poco.
Así, con todo preparado, salimos a pescar el joven moro, un niño y yo. Después de un rato de no haber atrapado nada, hice avanzar una milla más el bote y fingí que pescaba de nuevo. Luego le di el timón al muchacho, lo agarré por sorpresa y ¡lo tiré al mar! No me preocupé por él porque era un gran nadador y podía llegar sin dificultad a la orilla.
Después le hice jurar al niño que me obedecería siempre. Él me sonrió y me habló con tanta inocencia que de inmediato confié en su palabra.
En cuanto oscureció y ya no podían vernos desde la playa, cambié el rumbo hacia el sur, pero no me alejé demasiado de la costa. Así navegué durante cinco días. De pronto vi un pequeño río y me acerqué a él. Lo hice con mucho cuidado porque no sabía dónde estaba y no veía a nadie. El niño y yo decidimos llegar a tierra nadando, porque necesitaba conseguir agua fresca.
De pronto escuchamos un ruido aterrador de ladridos, aullidos y rugidos de animales feroces desconocidos para nosotros. El chico estaba muy asustado y me suplicó que no fuéramos hasta la orilla hasta que se hiciera de día.
—Está bien, Xury —le dije—, no iremos, pero piensa que tal vez en la mañana nos encontraremos con hombres tan peligrosos como esas fieras.
—Entonces les disparamos escopeta —dijo Xury sonriendo—, hacemos huir.
Xury había aprendido a hablar un inglés entrecortado conversando con nosotros los esclavos. Echamos nuestra pequeña ancla y permanecimos tranquilos toda la noche. Después de unas dos horas, comenzamos a ver que unas enormes criaturas bajaban hasta la playa y se metían al agua para refrescarse mientras hacían ruidos y gemidos como los que ya habíamos escuchado.
Xury y yo teníamos mucho miedo, pero nos espantamos más cuando vimos que ¡una de ellas nadaba hacia nuestro bote! De pronto ya estaba a dos remos de distancia, lo que me impresionó mucho. Entré rápido por la escopeta y le disparé, lo que hizo que se diera la vuelta y regresara a la costa.
Como estábamos muy espantados, decidimos ir los dos en la mañana por agua dulce. En la mañana acercamos el bote a la costa y nadamos hacia ella. Xury logró cazar un pequeño animal y lo mejor fue que encontró el agua. Llenamos nuestros pocillos, comimos la liebre y nos preparamos para seguir nuestro viaje sin haber visto huellas de humanos.
Después de abandonar aquel sitio, tuvimos que regresar varias ocasiones por agua. Una de estas veces, temprano en la mañana, Xury me dijo que no nos acercáramos tanto a la costa.
—Mira allí, monstruo terrible dormido en colina —dijo.