Robinson Crusoe página 8

Después de dos meses de vigilar,  como nunca llegó nadie, me cansé de esa labor tan difícil que no me producía ningún beneficio. Luego de pensar sobre esto, me di cuenta que yo no debía juzgar a nadie y que estas personas no eran criminales. Además, ¡a mí no me habían hecho ningún daño!, y ni siquiera estaba seguro de lo que había pasado ahí. En fin, que decidí dejar ese proyecto y sólo cuidarme de que jamás me encontraran.

Un día que estaba cortando leña vi que detrás de un arbusto había una pequeña cueva donde podían caber dos personas. Al entrar a verla, debo confesar que salí corriendo porque vi dos ojos brillantes que no sabía si eran de un demonio o de un hombre. ¡Tuve tanto miedo!

Después de una breve pausa, me dije que no podía espantarme de cosas sobrenaturales y que en esa cueva no había nada peligroso. En seguida recobré el valor y volví a entrar, pero sólo para espantarme de nuevo. Escuché un fuerte suspiro, que sonaba como el lamento de un hombre. Usé una de mis velas que siempre cargaba y vi a un macho cabrío que estaba muy viejo. De seguro tú también pensaste, como yo, que se trataba de un hombre.

Al otro día volví con más velas para explorar la cueva. Caminé a gatas hasta que llegué al final de un túnel. Ahí había una bóveda que era el espectáculo más maravilloso que había visto, pues la luz de mis velas se reflejaba por cien mil. ¡Era tan hermoso que me dejó sin palabras! Me imaginaba que en las rocas había diamantes u otras piedras preciosas, pero no lo sabía con seguridad.

La cueva era un lugar delicioso porque no había ni insectos ni humedad. El suelo estaba seco y liso, además estaba cubierto de un fino polvo. La única dificultad estaba en la entrada, lo que me parecía una ventaja, pues era el refugio perfecto que estaba buscando. Este descubrimiento me puso muy feliz y de inmediato llevé ahí algunas cosas que deseaba guardar, como algo de pólvora y las armas que tenía de reserva.

Llevaba veintitrés años de mi vida en la isla y la conocía muy bien. Estaba tan a gusto con mi estilo de vida que si no hubiera sido por los salvajes, me habría resignado a pasar ahí tranquilamente el resto de mi vida.

Era el mes de diciembre de ese año cuando vi el resplandor de un fuego en la playa, pero no en el lado de los salvajes, sino del mío. Subí a la colina con mi catalejo y vi a cinco de ellos. Habían llegado en dos canoas que estaban en la orilla. Pensé que seguramente se irían cuando subiera la marea y así fue, por lo que me sentí más tranquilo. Mientras estuvieron ahí, bailaron todo el tiempo sus extraños rituales.

Después de ese día, ya no podía estar tranquilo. Todo el tiempo tenía miedo de caer en manos de aquellas criaturas. En esas cosas pensaba cuando un 16 de mayo tuve una sorpresa diferente. Estaba acostado cuando escuché un gran ruido. Corrí de inmediato hasta la cima de la colina y oí, lo que en efecto fue, ¡un segundo cañonazo!

De inmediato pensé que debía tratarse de algún barco en peligro. En ese momento presentí que si podía ayudarlos, ellos me ayudarían también a mí; por eso junté toda la leña seca que tenía a la mano e hice una gran fogata. Apenas ardió la llama, cuando escuché otro cañonazo; así que pensé que ya habían visto el fuego. Lo alimenté toda la noche hasta el amanecer. Cuando se hizo de día vi que algo había a gran distancia, pero no podía distinguirlo ni con el catalejo. ¡Estaba seguro que era un barco anclado!

Cuando me acerqué a la orilla de la playa, me dio mucha tristeza ver que era el naufragio de otro barco. Yo no podía saber si alguien se había salvado, pero parecía poco probable. En mi corazón, deseaba con toda mi fuerza que los marineros estuvieran bien, por lo menos uno de ellos.

De inmediato preparé mi canoa para ir al barco. Al llegar, pude ver que estaba destrozado. Cuando me acerqué, apareció un perro que comenzó a ladrar y a gemir. En cuanto lo llamé, saltó y nadó hacia el bote. Aparte del perro no vi a otro ser viviente. Sólo encontré dos cofres que no se habían destruido y que me llevé sin ver lo que tenían. También había una chocolatera de bronce y unas pinzas que me hacían mucha falta. Llevé todo a mi castillo y continué con mi rutina. Lo malo fue que estaba muy triste, pues en verdad pensaba que por fin podría hablar con otro ser humano.

Viví dos años más en esas condiciones, cuando a mi cabeza comenzaron a llegar planes para escapar de la isla de nuevo. Una noche lluviosa de marzo no podía dormir y repasé toda la historia de mi vida. En algún momento pensé que para poder escapar, necesitaba ayuda de algún salvaje. Para hacer esto, tendría que atacar una caravana de salvajes, lo que era un acto muy peligroso y podía fracasar. Como no se me ocurrió un plan para hacerlo, decidí solamente esperarlos bien armado y ver qué sucedía.

Por fin vi a treinta de ellos alrededor de una fogata. De pronto uno de sus rehenes escapó y corrió hacia mí. Yo me di cuenta que era mi oportunidad de conseguir la ayuda que necesitaba. El hombre pasó cerca de donde yo estaba y ataqué a sus dos perseguidores dejándolos fuera de combate. El salvaje se dio cuenta que yo lo salvaría y me siguió. Le ofrecí un poco de comida y después se quedó profundamente dormido.

Era un joven muy fuerte y tendría unos veintiséis años. Su cabello era largo y negro. Después de dormir media hora se despertó y salió de la cueva a buscarme. Con señas me hizo entender que estaba agradecido y que sería mi sirviente. Yo le hice entender que estaba contento con él y que su nombre sería Viernes, por ser el día en que le salvé la vida.

Nos fuimos a casa. Ahí le hice una casaca de piel de cabra y un sombrero. Él se mostró muy contento de estar tan bien vestido como yo.

Estaba encantado con mi compañero. Muy pronto aprendió a hablar inglés y yo estaba feliz de poder hablar con alguien. Le enseñé muchas cosas, como a moler el grano para hacer harina o a cuidar al rebaño. En poco tiempo ya hacía las cosas tan bien como yo. Como ahora éramos dos personas, ese año decidí ampliar el terreno donde sembraríamos los granos. Viernes trabajó intensamente, porque se daba cuenta que la comida también era para él.

Ese año fue el más agradable de todos los que pasé en la isla. Platicaba mucho con el muchacho, pues como ya sabes, lo que yo más deseaba era platicar con alguien.

 

Una vez me dijo que no había peligro en ir de mi isla a la franja de tierra que yo había visto hacía mucho. Por lo que me platicó, yo entendí que se trataba de la gran isla de Trinidad.

Le pregunté si podía decirme cómo llegar hasta esos hombres blancos y me respondió que con dos canoas. Yo no entendí lo que me quería decir, hasta que comprendí que era una sola canoa del tamaño de dos juntas. Las palabras de Viernes hicieron que de nuevo tuviera esperanzas de escapar algún día de la isla.

El joven me dijo que una vez llegó un bote a donde él vivía y que iba lleno de gente blanca. Yo comprendí que eran los marineros del barco que había naufragado cerca de mi isla y que lograron escapar a tiempo. Le pregunté si les hicieron algún daño y me contestó que ellos estaban bien.

Un día, al subir a la colina, comenzó a bailar. Al preguntarle qué le pasaba, me dijo que desde ahí se veía su país. Le pregunté si quería volver y me dijo con su mal inglés:

—Sí, estar muy contento de volver país.

—¿Crees que tu pueblo estará contento contigo? Has cambiado mucho.

—Sí, a mi pueblo gustarle mucho aprender.

—Si yo voy, ¿ellos me harán daño? —Le pregunté, a lo que él respondió:

—No, no, yo hacer que ellos quererte mucho.

Desde ese momento sentí deseos de aventurarme a salir de la isla. Viernes me dijo que no era posible en mi canoa habitual. Después le enseñé la grande que había hecho hacía más de veinte años y me dijo que una así serviría, pero que ésa ya estaba en muy malas condiciones.  Viernes eligió un árbol cerca de la playa para hacer nuestra nueva nave. En tan solo un mes ya la teníamos lista.

Ya estaba casi todo preparado cuando llegaron a la playa tres canoas con salvajes. Viernes los vio y corrió hacia mí muy espantado, porque eran muchos. Traían a uno de los hombres blancos como prisionero, por lo que me decidí a rescatarlo.

No fue muy difícil vencerlos porque nunca habían escuchado el sonido de un disparo. En cuanto sonó, salieron corriendo llenos de temor. Mientras Viernes los perseguía haciendo más disparos, yo tomé mi cuchillo y liberé al pobre hombre blanco que era un español. Además, sucedió algo extraordinario, pues resulta que el padre de Viernes también había sido capturado y logramos rescatarlo de una de las canoas.

De pronto la isla ya estaba muy poblada. Me sentía muy feliz de que fuera así. Le pedí al español que me hablara sobres sus compañeros y si estarían dispuestos a intentar ir al continente. Le dije que juntos seríamos capaces de construir una nave lo suficientemente grande como para ir a Brasil. Él me dio a entender que estarían felices de intentarlo.

Lo primero que hicimos fue sembrar una gran cantidad de tierra, para que cuando llegaran los hombres, tuviéramos con qué alimentarlos. Esto nos llevó varios meses, pues había que esperar el tiempo de la cosecha. También me encargué de hacer crecer mi rebaño y de fabricar las tablas que necesitaríamos para nuestro gran bote.

Por fin llegó el día en que el español y el padre de Viernes se fueron por nuestros futuros compañeros. No habían pasado más de ocho días cuando Viernes gritó: “Amo, ellos vienen, ellos vienen”. Me levanté sin sospechar ningún peligro, pero resultó ser ¡un barco que no conocía! No sabíamos si eran amigos o enemigos. En cuanto subí a la colina, pude reconocer que era una nave inglesa.

No puedo expresar la confusión que sentí, pues aunque estaba contento de ver a compatriotas, algo me decía que debía tener mucho cuidado. Once hombres llegaron a la orilla en un bote. Hablé con ellos y después fuimos hacia el barco para  pedir que nos llevaran hasta Inglaterra. Resultó que yo tenía un conocido en la nave, por lo que pudimos viajar con ellos.

No vas a creer de lo que me di cuenta al llegar a la nave: ¡era un barco pirata! Para nuestra fortuna, no todos los marineros estaban de acuerdo con lo que hacía su Capitán, así que hicieron un motín en el que yo tuve mucho que ver, porque tampoco me gustaba la idea de viajar con ladrones.

El nuevo Capitán me dio permiso de regresar por muchas de mis cosas, como mi sombrero, la sombrilla y el loro. También traje el dinero que había encontrado en mi barco, y el que había en la nave española.

Así fue como abandoné la isla el 19 de septiembre de 1686, después de más de veintiocho años en aquel lugar. Lo primero que hicimos fue pasar por los otros hombres españoles, para que se fueran con nosotros.

Al cabo de un largo viaje, llegamos a Inglaterra el 11 de junio de 1687, después de treinta y cinco años de ausencia. Mi fiel tesorera había tenido problemas económicos, así que no pude recuperar mi dinero. Le dije que no se preocupara, y en cuanto pude, le ayudé.

Me dirigí a mi ciudad, pero mis padres ya no estaban en este mundo. Claro que me puse muy triste, pero ya me lo esperaba porque había pasado mucho tiempo. Sólo encontré a dos hermanas, que como no habían sabido nada de mí en treinta años, no me guardaron mi parte de la herencia.

Algo maravilloso, y que no esperaba, llegó por parte del Capitán del barco, al que había salvado hace tantos años, pues entre él y sus amigos, me regalaron doscientas libras esterlinas. Después me fui a Lisboa para ver si podía encontrar información sobre mi socio en Brasil y saber qué había pasado con mis tierras. Encontré a una persona que sabía sobre él, y resulta que ¡se había hecho rico! Por eso supe que yo podría recuperar mis tierras, además del dinero que habían generado.

Para mi fortuna, no tuve que viajar a Brasil para recuperar mis derechos. Al poco tiempo, recibí una carta de mi viejo socio y amigo, donde me mandaba una gran cantidad de dinero y me decía lo contento que estaba por saber que yo seguía vivo. De pronto, me había convertido en un hombre millonario. Lo primero que hice fue ayudar a mi Capitán y a mi tesorera, que tan buenos habían sido conmigo toda la vida.

Mi vida fue muy tranquila durante un tiempo. Hasta me casé y tuve tres niños. Cuando ellos crecieron, decidí regresar al mar. ¡Gocé diez años de maravillosas aventuras que ya les contaré en otra ocasión!

FIN