Veinte años después página 7

—Nuestros amigos no son capaces de hacer algo así —respondió molesto Athos.

—Entre compañeros, eso no se hace; pero los rivales… ¡claro que pueden hacerlo! —dijo Aramis.

—Si ellos vienen sin armas, será una vergüenza para nosotros.

—No puedo permitirlo, es una traición a nuestro partido.

—Está bien, haré lo que tú quieras, Aramis.

Todos llegaron puntuales. Entraron al parque. Al hacerlo, Aramis le señaló el cinto de D’Artagnan a Athos. ¡También estaba armado!

Cuando comenzaron a platicar, D’Artagnan le dijo que estaba molesto con ellos porque fue a buscarlos para que lucharan a su lado, pero no le contaron que eran parte de La rebelión. Aramis le contestó que no era su obligación decirle nada. Lo malo fue que las palabras se dijeron casi a gritos y al poco tiempo Aramis y D’Artagnan estaban a punto de pelear con sus espadas. Entonces, Athos sacó la suya, la tomó con sus dos manos, ¡y la rompió con su rodilla! Luego le dijo a Aramis:

—Rompe la tuya.

Aramis no quería, pero Athos lo convenció de que sólo así podrían hablar en paz. Luego Athos dijo:

—Prometo que mi espada jamás se cruzará con la suya. No importa de qué lado estemos, siempre serán mis mejores amigos.

Todos se quedaron en silencio, hasta que Aramis dijo:

—Juro que no odio a los que fueron mis amigos. Te pido perdón, Porthos, por haber luchado contra ti.

—Yo juro que daría mi vida porque todo fuera como antes, que pudiéramos ser los de siempre —dijo D’Artagnan, y luego abrazó llorando a Athos.

Porthos también comenzó a llorar y abrazó a su gran amigo Aramis.

—Nuestros caminos siempre estarán unidos —dijo Athos.

—Uno para todos, y todos para uno —dijeron todos a la vez.

Capítulo 14

A veces el mundo de los adultos se complica por algo llamado política. No es que ella sea mala, pero es complicada de entender. Esto fue lo que sucedió: los amigos se separaron porque tenían ideas políticas diferentes. Athos y Aramis apoyaban a Beaufort porque creían que sería mejor gobernante. En cambio, D’Artagnan y Porthos creían en Mazarino porque era el representante de la reina.

En fin, que la política hizo que los amigos se distanciaran. Hubo muchas peleas entre ambos bandos, pero los mosqueteros nunca lucharon entre ellos porque cumplieron sus promesas.

Después de un tiempo de tanto luchar, decidieron encontrarse de nuevo para cenar y beber algo de vino. En esa cena, Aramis dijo:

—Quiero que me permitan decir algo malo de Mazarino.

—Con gusto, compañero —respondió D’Artagnan.

—Ese hombre no es un contrincante bueno para nosotros. ¡Es más bien como un juguete!

Todos soltaron una carcajada. Luego Porthos dijo:

—Yo también deseo decir algo sobre su Beaufort.

—Tienes todo el derecho —dijo Athos.

—¿Lo han escuchado hablar? Él dice <> ¿Quién habla así? Nadie le entiende. Estoy seguro que ni él mismo comprende sus palabras.

Todos rieron de nuevo porque en verdad a Beaufort le gustaba utilizar palabras extrañas. Creía que así la gente pensaría que era más inteligente que los demás.

Después se pusieron a recordar viejos tiempos. Se acordaron, por ejemplo, de Milady, su gran enemiga. ¡Ella casi hizo que mataran a los cuatro! Algunos, como Athos, ya la habían perdonado. Incluso hasta parecía que se ponía triste al pensar que había muerto; en cambio, D’Artagnan la seguía odiando.

—Lo bueno —dijo Porthos—, es que ya no está y no puede atacarnos desde el más allá.

—Pero tiene un hijo —dijo Athos.

—¡Eso no importa! Nadie sabe dónde quedó.

Así estaban conversando cuando llegó el ayudante de Athos a buscarlo. Parecía que algo malo le había pasado.

—Caballeros —dijo el ayudante—, el hijo de Milady ha aparecido. ¡Y ha jurado vengarse de ustedes!

—¿Dónde está? —preguntó Porthos.

—Acaba de llegar a Francia.

—Pues que venga —dijo D’Artagnan—, en mayores peligros hemos estado.

Capítulo 15

Cierto día iban cabalgando con tranquilidad Athos y Aramis cuando un joven se acercó a preguntarles una dirección. Athos le respondió y el muchacho se fue.

—¿No te parece conocido? —preguntó Aramis.

—Para nada.

—Creo que se parece a alguien que conocimos en el pasado, pero no sé a quién.

En ese momento llegó el ayudante de Athos. Al ver al joven que se alejaba, se sorprendió mucho y le dijo a los mosqueteros.

—¿Acaso no se dieron cuenta que era el hijo de Milady?

—No podíamos saberlo, si nunca lo habíamos visto —dijo Athos.

Aramis sacó su pistola, apuntó y disparó. Pero justo cuando lo hacía, Athos lo movió para que fallara el tiro.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó Aramis—. ¡No iba a fallar!

—La madre era un ser malvado, pero este joven no nos ha hecho nada.

El joven gritó desde lejos con una risa malévola:

—Ahora ya los conozco. No escaparán de mi venganza.

Después de eso, Athos a Aramis fueron a una reunión de La rebelión. ¡La guerra verdadera estaba por empezar! Con mucho esfuerzo, Beaufort logró reunir un pequeño ejército con el que pensaba quitarle el poder a la reina. Claro, del otro bando estaban D’Artagnan y Porthos con todos los mosqueteros y guardias reales para impedirlo.

Cuando comenzó la gran batalla chocaron las espadas de muchos miles de franceses. La guerra fue terrible. Athos y Aramis parecían unos gigantes cuando luchaban en contra de los guardias. Parecía que nada podría detenerlos.

Lo mismo sucedía con D’Artagnan y Porthos que derribaban a muchos rebeldes y les hacían mucho daño. La pelea estaba muy pareja. De pronto, los cuatro mosqueteros estuvieron frente a frente. Al verse en esa situación, todos bajaron las espadas. ¡No podían luchar entre ellos!

Ahí estaban nuestros héroes parados, como si no hubiera una guerra a su alrededor, cuando más de treinta hombres armados los atacaron. Para todos fue una sorpresa porque no eran ni guardias ni rebeldes. Entonces, ¿quiénes eran? Tal vez ya lo adivinaste: ¡los soldados del hijo de Milady!

Ese pequeño diablillo organizó todo para que dentro de la batalla pudiera atacarlos. Él pensó: “así nadie sabrá que fui yo quien los mató”. Lo que no consideró el hijo de Milady fue que se enfrentaba nada más y nada menos que a los grandes mosqueteros.

Como en los viejos tiempos, los amigos gritaron: “Todos para uno y uno para todos”. En un segundo se pusieron en una fila para enfrentar a sus enemigos. Como se conocían muy bien, cada uno sabía qué hacer.

D’Artagnan fue el primero en atacar. Sus enemigos no esperaban esto. Creyeron que como eran muchos más, los mosqueteros se iban a rendir. Mientras el teniente atacaba por un lado, Porthos y Aramis comenzaron a disparar para hacer que algunos de los hombres huyeran. Esto funcionó a la perfección. Después Athos, con su habilidad en la espada, atacó a otros dos.

Todo era confusión para los enemigos. Algunos corrieron, otros más intentaron defenderse, pero al ver que sus compañeros se habían ido, también corrieron. A lo lejos, D’Artagnan vio al hijo de Milady. Ya no se reía, al contrario, parecía furioso. En ese momento, un hombre le tocó el hombro al mosquetero; éste reaccionó atacándolo por error con su espada. ¡Era Rochefort! Su gran amigo no resistió el ataque.

Nuestro héroe se tiró al piso y se puso a llorar porque él no deseaba hacerle daño.

—Fue el destino —dijo Aramis.

Después de eso, D’Artagnan corrió para alcanzar al hijo de Milady. Él era el culpable de todo lo sucedido. Montó en un caballo, galopó lo más rápido que pudo, pero ya no logró encontrarlo. El joven era muy hábil para esconderse y escapar.

Sus amigos se acercaron a él para consolarlo.

—Lo más importante es que estamos juntos —dijo Porthos.

—Es cierto —continuó Athos—. No tiene caso que luchemos unos contra otros. Dejemos que los que se odian peleen entre ellos, esto ya no tiene nada que ver con nuestra amistad.

—Dejemos esta batalla —dijo D’Artagnan.

—Es lo mejor que podemos hacer —dijo Aramis.

Y así, los cuatros amigos decidieron que la política ya no iba a ser parte de su vida, porque sólo les había hecho daño. Comenzaron a caminar. Los que los conocían se asombraron porque sabían que pocos minutos antes eran enemigos.

Hasta ahora, todos comentan esa gran amistad de los mosqueteros, los más valientes y hábiles espadachines de todos los tiempos.

Desde aquel momento, los que son amigos de verdad suelen decir:

—¡Todos para uno y uno para todos!

FIN