Los viajes de Marco Polo página 9

De la isla Madagascar

A Cublai le conté un día el viaje que hice a la isla de Madagascar:

—En esa isla viven de la industria y el arte. Los hombres se alimentan solamente con carne de camello. Según ellos es la más sana.

—¿No tienes algo más interesante qué contarme de esa isla? —me preguntó el emperador algo aburrido.

—Sí —dije con timidez—, tienen un montón de animales diferentes: elefantes, camellos, leopardos, leones, linces, ciervos, gamos y venados. También existen muchas clases de aves, entre ellas, avestruces.

—Sí, sí —me dijo malhumorado—, pero, ¿algo fuera de lo común? He visto cientos de veces animales como esos.

—Bueno —respondí—, se dice que en Madagascar habitan grifos.

—¿Grifos?, ¿qué son grifos? —preguntó el gran señor.

—Son unos pájaros. Solamente aparecen en ciertas épocas al año. La gente se imagina que tienen cabeza de león y cuerpo de águila. La realidad es son como águilas gigantescas. Con sus garras, se podrían llevar por los aires a un elefante —contesté.

—¡Cómo! —dijo Cublai—, ¿has visto uno de esos pájaros llamados grifos?

—Sí —contesté con pena—, o al menos, eso creo. Cuando me iba de Madagascar, vi a uno de ellos. ¡Voló por encima de mi embarcación!

—Bien, querido amigo. Entonces, iremos a Madagascar. Atrapemos a uno de esos pájaros —me dijo el emperador y partimos de inmediato.

Cuando llegamos a la isla, el señor Cublai les pidió a sus hombres que buscaran sin parar. Debían encontrar a esa ave. Pero no tuvieron suerte. Le llevaron al emperador, unos dientes de jabalí muy grandes, pero no era lo que él quería.

Yo me acerqué a un nativo de la isla y le pregunté:

—¿Sabe dónde podemos encontrar al pájaro llamado grifo?

—¿Se refiere al pájaro roc? Así le llamamos nosotros. Jamás lo podrán capturar. Si acaso lo ven, será porque tienen mucha suerte —dijo el nativo.

Le conté a Cublai lo que me había dicho aquel hombre. No tuvo más remedio que darse por vencido. Sin embargo, cuando íbamos en el barco ¡un pájaro gigantesco pasó por encima de nosotros! Parecía un águila.

—¡Es él!, ¡es él! —exclamó Cublai —, por lo menos tuve la oportunidad de verlo.

De Abasce, que pertenece a la India Central

Mientras viajábamos de regreso, el emperador me pidió que le contara otra historia. Decidí hablarle de algo que sucedió en la India Central.

En la ciudad de Abasce, el más poderoso de los reyes era cristiano. Los de esta religión, tenían tres cicatrices en medio de la cara. Una desde la frente hasta la nariz y las otras dos en cada mejilla. Las marcas formaban la cruz de Cristo, que es símbolo de bautismo.

En el año 1288, el rey dijo que deseaba ir a una peregrinación a Jerusalén. Sus barones le dijeron que era peligroso. Le rogaron que mejor mandara a un representante.

El rey hizo caso y mandó a un obispo. Él llegó después de mucho tiempo a Jerusalén. Visitó los lugares sagrados y dejó regalos que el rey enviaba. Terminó su viaje y regresó por Aden, ¡pero en ese lugar odiaban a los cristianos!

Cuando el sultán de Aden supo que el obispo andaba por sus tierras, lo secuestró para interrogarlo. El sultán le dijo que si no se convertía se hacía musulmán, iba a sufrir. El obispo dijo que nunca dejaría de ser cristiano. El sultán se llenó de ira y lo encerró durante un tiempo.

Luego lo dejaron ir y el obispo continuó su viaje. Al llegar a sus tierras, le contó al rey todo lo que le había pasado, en especial el encierro que vivió. El rey se enojó mucho y dijo que tomaría venganza. Por eso reunió un poderoso ejército con elefantes. Entonces, se dirigió a Aden.

Cuando llegaron, comenzó la batalla. Pasó un mes de guerra y el rey venció. Gracias a eso pudo vengar lo que le hicieron al obispo. El sultán prometió no volver a hacerle daño a ningún cristiano.

Y así es como terminan mis aventuras. Todo lo que acabas de leer yo lo vi y escuché.

Cublai se entretuvo mucho durante los 17 años que estuve con él, escuchando todas mis aventuras. El emperador decía que viajar permite conocer el mundo y que yo era uno de los hombres más sabios que había conocido. Y si es así, me alegra haber podido compartir mi conocimiento contigo. Ahora, no olvides contarles todas estas historias a tus amigos, pues ya eres un niño sabio.