La Iliada página 4

El ejército de Troya, al ver que sus enemigos se querían recuperar, peleó con más coraje. Héctor siempre estaba al frente de todos para dar el ejemplo. Los troyanos ya iban a ganar de nuevo cuando Hera le dijo a Atenea que detuviera lo que estaba pasando. Por eso las dos tomaron un carro. Zeus las vio y mandó a una diosa menor para que les dijera que sí se atrevían a hacer cualquier cosa en contra de sus órdenes, las quemaría con un rayo y sus heridas tardarían diez años en sanar. Las diosas obedecieron y se sentaron en sus tronos.

—Escúchenme, valientes troyanos y aliados ­—les gritó Héctor a sus ejércitos—. Hoy podríamos haber quemado todos los barcos y acabar con el enemigo, pero ha caído la noche. Vamos a acampar aquí, cerca de su ejército. Prendan muchas antorchas para ver los que hacen los aqueos. No vayan a dejar que ninguno escape.

Así pasó la noche el ejército de Troya. Todos estaban llenos de emoción y esperaban que llegara el siguiente día.

Canto 9

Al día siguiente los aqueos despertaron tristes. Agamenón les dijo, con lágrimas en los ojos, que Zeus lo había traicionado, pues le prometió que destruiría la muralla de Troya, y en cambio ya había perdido muchos soldados.

—Regresemos a casa, ya no tomaremos Troya.

—¿Acaso crees que los aqueos somos tan cobardes y débiles? ­—dijo muy molesto Diomedes. Seguiremos peleando.

Los aqueos le aplaudieron. Néstor sugirió ofrecer una gran comida y que después siguiera el consejo de alguno de sus capitanes. Ya en la reunión, Néstor le dijo a Agamenón:

—Las batallas se han perdido desde que le quitaste a Briseida al héroe Aquiles. Traté de convencerte que no lo hicieras, pero no me escuchaste.

—Tienes razón, sabio Néstor. No actué bien con Aquiles. Para pagar el daño que hice le daré mucha riqueza, le devolveré a Briseida y le ofreceré a una de mis hijas para que se case con ella.

Eligieron a los mensajeros que irían a decirle esto a Aquiles, entre los que se encontraba Ulises. Ellos partieron a buscarlo. Cuando lo hallaron, el héroe estaba tocando la lira. Patroclo, su compañero de armas, estaba sentado frente a él.

Aunque Aquiles seguía molesto, estaba muy contento por la visita de sus mejores amigos.

—Aquiles, los aqueos nos están destruyendo —dijo Ulises­—. Héctor confía en que Zeus le dé la victoria. Ayúdanos a salvar a los aqueos. Agamenón te dará muchos obsequios si olvidas tus rencores. Te regresará a Briseida y, si logramos ganar la guerra, te dará a una de sus hijas para que te cases con ella. Si nada de esto te importa, entonces hazlo por nuestro pueblo y para acabar con Héctor, quien dice que no hay ningún aqueo que sea tan fuerte y valiente como él.

 ­—Mi querido Ulises. Te voy a contestar para que no regresen más a pedirme lo mismo. He luchado muchas veces a favor de Agamenón. Nunca he obtenido algo de eso. He conquistado veinte ciudades, mientras el jefe de los aqueos se quedaba en el barco. Le he traído todos sus tesoros. Él, lo único que hizo fue darnos una pequeña recompensa y quedarse con todo. Hemos venido aquí a rescatar a Helena, porque se la robaron a Menelao. A mí también me quitaron a mi amada esposa y fue Agamenón quien lo hizo. No me importan los obsequios que me pueda dar. Ni aunque me regalara veinte veces todo lo que tiene

Todos se quedaron en silencio. Estaban asombrados por lo que Aquiles les dijo. Después un anciano trató de convencerlo y no lo logró tampoco. Áyax ya estaba molesto y le dijo a Ulises que ya se fueran de ahí.

—No pelearé hasta que Héctor incendie nuestras tiendas. No creo que se atreva a hacerlo con la mía —dijo Aquiles.

Los mensajeros fueron con Agamenón a comunicarle las palabras de Aquiles. Diomedes propuso que se fueran a dormir para entrar en batalla al día siguiente y así lo hicieron todos.

Canto 10

Agamenón no podía dormir. Él buscaba la solución para que su pueblo no perdiera la guerra. Su hermano tampoco podía dormir.

—¿Para qué te vistes, hermano?

—Voy a buscar a Néstor para que me dé un buen consejo —respondió Agamenón— Tú ve a buscar a Áyax.

Agamenón y Néstor fueron a las tiendas de cada uno de los héroes para despertarlos y hacer una reunión, pues necesitaban decidir si seguirían luchando o se rendirían.

—Alguien debe ir al campamento de los troyanos a averiguar si se van a quedar cerca de las naves, o si van a regresar a su ciudad. Quien se entere de esto, tendrá mucha gloria —dijo el sabio Néstor.

—Yo iré —dijo Diomedes—, pero si alguien me acompañará yo tendría más valor y seguridad.

Muchos quisieron acompañar al héroe, pero Agamenón le pidió que él escogiera a su compañero. Eligió a Ulises, por ser el más fuerte y prudente.

Héctor también estaba despierto y llamó a reunión a todos sus jefes.

—¿Quién será el valiente que hará lo que le pido? Le daré el mejor de los carros que encontremos en el campamento de los aqueos. Ese héroe debe ir con los enemigos y averiguar si se irán en sus barcos o planean seguir luchando —dijo Héctor.

Dolón, un hombre muy ágil dijo que él lo haría.

—Iré hasta la tienda de Agamenón, porque ahí deben estar reunidos todos los jefes enemigos —dijo Dolón.

Dolón se dirigió hacia el campamento enemigo, pero Ulises lo vio.

—No sé a qué viene este hombre, pero podemos atraparlo —le dijo Ulises a Diomedes.

Cuando el troyano pasó cerca de ellos, los dos héroes aqueos corrieron hacia él. Dolón corrió para que no lo alcanzaran. Diomedes arrojó su lanza pero no le dio. Por fin lo tomaron de las manos.

—No me hagan daño y les daré todas mis riquezas. —dijo el troyano.

—Tranquilo, que no te pasará nada —dijo Ulises. ¿A qué vienes? ¿Eres un espía?

—Héctor me mandó para averiguar si ustedes se irán en sus barcos o planean seguir luchando.

—Dime, ¿dónde guarda Héctor las armas? ¿Tiene guardias para cuidarlas?

—Héctor tiene su reunión lejos de todo el ejército. No hay guardias, sino que todos se cuidan entre ellos.

Dolón les pidió que lo dejaran libre, porque ya les había dicho todo lo que deseaban saber. Diomédes no quiso y le quitaron todas sus armas y se lo ofrendaron a los dioses.