Después de un largo día, regresaron juntos a la casa del joven. Cuando su mamá lo vio con esa ropa dio un grito de alegría.
—¡Gracias, hermano! No sé cómo podré agradecerte lo que haces por nosotros.
—Aladino se ha convertido en un buen hombre. Eso paga todo lo que hago.
Al día siguiente el mago regresó por el joven para mostrarle los sitios más maravillosos de la ciudad. Por lo menos eso fue lo que dijo, porque caminaron y caminaron sin ver nada.
—Estoy agotado —dijo Aladino después de haber salido de la ciudad.
—Todavía falta un poco. Ya eres un hombre, tienes que ser fuerte —dijo el mago.
—¿A dónde vamos? ¡Tengo hambre!
—Aún tenemos que caminar un poco para llegar al jardín que quiero mostrarte —le contestó mientras le daba un pedazo de pan.
Después de varias horas, llegaron a donde el mago quería. Era un valle desierto junto a la montaña. ¡Ahí no había nada!
—Descansa un poco, Aladino. Vas a necesitar fuerzas para comprender lo que voy a enseñarte.
Después de un rato le dijo:
—Ya levántate. Ve a traer toda la leña que encuentres.
El joven hizo caso y fue a buscarla. Al poco tiempo ya tenía bastante. Entonces el mago dijo:
—Ponte detrás de mí.
El falso tío sacó un instrumento de su bolsa y le prendió fuego a la leña. Luego de una caja obtuvo un poco de incienso, que echó en las llamas. Salió una gran cantidad de humo. Luego comenzó a decir algo en un idioma desconocido. La tierra tembló. Las rocas comenzaron a moverse. ¡Se abrió el piso!
Entonces apareció una gran piedra plana. Era de puro mármol blanco. Al ver todo eso, Aladino dio un grito. Se dio la vuelta y comenzó a correr para escapar de ahí. Pero de un gran salto, el mago le cayó encima. ¡No lo dejó escapar!
—Aladino —le dijo—, te atrapé porque es necesario que te conviertas en un hombre. Recuerda que soy tu tío y debes obedecerme. Te voy a decir un gran secreto. Debajo de ese mármol hay un tesoro con tu nombre. ¡Tú y sólo tú puedes abrirlo! Cuando lo hagas, serás más rico que todos los reyes del mundo.
—No puede ser —dijo Aladino.
—Así es. Lo mejor es que sólo tú puedes levantar esa piedra. Sólo tienes que hacer lo que yo te diga. ¡Así serás el amo del tesoro! Cuando lo tengas, lo dividiremos: una mitad para ti y la otra para mí.
Al escuchar esto, Aladino se olvidó de su cansancio o del miedo y dijo:
—Oh, querido tío, obedeceré todas tus órdenes.
—Lo primero que tienes que hacer es levantar esa piedra de mármol.
—Pero, ¿cómo lo voy a lograr si soy un niño? Ayúdame y lo haremos juntos.
—¡No! Si la toco, entonces se borraría tu nombre del tesoro. Todo debes hacerlo solo.
Entonces Aladino se acercó a la piedra y la levantó con facilidad. Adentro vio doce escalones. El mago dio las siguientes instrucciones:
«Baja por esa cueva. Cuando llegues al final entrarás por una puerta de cobre. ¡Se abrirá sola ante ti! Luego te encontrarás en un gran salón dividido en tres cuartos. En el primero hay ollas con oro líquido, en el segundo ollas con plata líquida y en el tercero ollas con oro y dinares. ¡No las toques! Es más, cuida que tu ropa no rocen nada. Si lo haces, te convertirás en una estatua de piedra.
«Al final del tercer cuarto habrá otra puerta. Al cruzarla verás un jardín maravilloso con árboles llenos de fruta. ¡No te detengas ahí tampoco! Debes cruzarlo sin tocar nada. Luego encontrarás un hueco donde estará una lámpara encendida.
«Fíjate bien, Aladino. Vas a tomar esa lámpara. La apagarás. Tirarás el aceite que tenga en el suelo y te la esconderás en la ropa. Luego vas a regresar por el mismo camino. Si quieres, ahora sí puedes tomar las frutas que quieras. Al regresar, me darás la lámpara. Escúchame bien: sigue mis instrucciones con exactitud. La lámpara nos dará toda la riqueza soñemos.
Luego le dio un anillo.
—Póntelo. Te va a proteger de todos los peligros —le dijo—. Ahora ve. ¡Te deseo mucha suerte!
Aladino bajó las escaleras muy emocionado. Llegó a la puerta que se abrió sola. Cruzó los tres cuartos sin tocar nada. Llegó a la última puerta y la cruzó. Y entonces, vio la lámpara encendida. La tomó y la apagó. Tiró el aceite en el suelo y la ocultó en su pecho. Después regresó al jardín.
Entonces se puso a ver los árboles. ¡El pobre Aladino no sabía que las frutas blancas era diamantes; las rojas, rubíes; las verdes, esmeraldas; y las azules, zafiros! El joven quiso comer una fruta, pero se puso muy triste porque no se podían comer. Se dio cuenta que eran de vidrio o algo parecido. Entonces tomó muchas de ellas para regalárselas a su mamá y amigos. ¡Tomó tantas que parecía un burro de carga!
Luego comenzó a subir la escalera. Su tío lo estaba esperando y le dijo:
—¡Aladino! ¿Dónde está la lámpara?
—La tengo en el pecho —contestó.
—¡Rápido, rápido! ¡Dámela ya!
—No puedo. Traigo muchas frutas de vidrio. Ayúdame a subir, me las quitaré y luego podré darte la lámpara.
Pero el mago no le creyó. ¡Pensaba que se quería robar su tesoro!
—¡Oh, maldito! ¡Dámela o morirás! —gritó el mago furioso.
Aladino se sorprendió mucho. Como le dio miedo, regresó al jardín. Al ver eso, el falso tío dijo:
—¡Traidor!
¡Vas a ser castigado!
Entonces echó unos polvos y dijo algunas palabras en el lenguaje extraño. ¡La piedra volvió a ponerse en su lugar! El suelo quedó tan liso como estaba antes.
Elviejo mago se fue de ahí, pues estaba seguro que nunca volvería a ver a Aladino, y que había perdido la fortuna escondida. La verdad es que él pensaba quitarle la lámpara al joven y aventarlo a la cueva de nuevo.
Mientras tanto, Aladino escuchó un ruido terrible cuando se cerró el piso. ¡Pensó que se
le iba a caer el cielo encima! Subió la escalera, intentó mover la piedra de mármol, pero no lo logró. Entonces se puso muy triste. No entendía por qué su tío le hizo eso. Comenzó a frotarse las manos y, sin darse cuenta, frotó también el anillo que le había dado el mago.
De pronto vio surgir a un genio enorme. Tenía una cara espantosa y ojos como de llamas. Con una voz de trueno dijo:
—¡Aquí tienes a tu esclavo! ¿Qué es lo que deseas? Soy el servidor del anillo en la tierra, en el agua y en el aire.
Aladino se quedó inmóvil. ¡Tenía tanto miedo! Luego logró mover la lengua y dijo:
—¡Sácame de esta cueva!
En un abrir y cerrar de ojos estaba en el mismo lugar donde el mago prendió el fuego.
Busco al genio, pero había desaparecido. Entonces regresó por el mismo camino y llegó a su casa después de varias horas.
Su mamá estaba muy preocupada, así que le dio de comer y le pidió que le contara lo que había pasado. Aladino lo hizo y dijo:
—¡Ese hombre no era mi tío! ¡Era un hechicero maligno!
—¡Qué terrible, hijo mío!
—Madre, te prometo que a partir de ahora seré bueno. Me buscaré un trabajo y no volveré a tratarte mal.
Luego le mostró las joyas para que le creyera su historia, aunque él seguía pensando que eran pedazos de cristal. Después se fue a dormir y no despertó hasta el día siguiente.
Al amanecer, Aladino tenía mucha hambre, pero no había nada de comer en su casa.
—Mamá, ¿puedes ir a vender la lámpara que traje? —le pidió—. Con ella tendremos para
comer todo el día.
La madre la vio muy sucia y se puso a limpiarla para venderla más cara. Pero apenas había comenzado a frotarla, cuando salió de ella un enorme genio. ¡Era mucho más grande y feo que el del anillo!
—¡Aquí tienes a tu esclavo! —dijo con voz de trueno.
Cuando la madre de Aladino lo vio, se desmayó de inmediato. El muchacho fue a ver qué pasaba y él no tuvo tanto miedo. Tomó la lámpara y dijo:
—Oh, servidor de la lámpara. Tengo mucha hambre. Quiero que me traigas cosas excelentes para comer.
El genio desapareció y un instante después traía una bandeja de plata, además de doce platos de oro… ¡llenos de la comida más fabulosa del mundo! Todo lo puso en la mesa y se fue.
Aladino despertó a su madre y le mostró el milagro. Le explicó qué pasó y se sentaron a la mesa. ¡Comieron mucho! Nunca habían probado algo tan rico.
—Hijo —dijo la mujer—, no comprendo muy bien qué está pasando, pero tengo miedo. Te pido que te lleves esa lámpara y ese anillo.
—Madre. Gracias al genio del anillo estoy aquí contigo. ¡Y ya viste lo que puede hacer el de la lámpara! No puedo deshacerme de ellos. En cambio, te prometo esconderlos para que no los veas.
—Y no me vuelvas a hablar de eso —dijo la madre.
La comida les duró algunos días. Cuando se terminó, Aladino tomó un plato de oro y fue a venderlo. El hombre de la tienda, al darse cuenta de que el joven no sabía el valor de lo que llevaba, le dijo:
—Te doy una moneda de oro. Lo hago sólo porque quiero que seas mi cliente.