Cuentos de amistad cortos para niños página 3

Los músicos

Un hombre tenía un asno que durante muchos años trabajó cargando los sacos al molino. Claro, llegó el momento en que se le acabaron las fuerzas. Cada día el trabajo se le hacía más pesado. El amo pensó en deshacerse de él. El  burro, que era muy inteligente, escapó y tomó el camino hacia la ciudad. «Tal vez ahí encuentre trabajo como músico», pensó.

Después de andar durante mucho tiempo, se encontró con un perro cazador. Estaba echado en el camino. Parecía muy cansado por haber corrido mucho.

—Pareces muy fatigado, amigo —le dijo el asno.

—¡Ay! —exclamó el perro—, ¡vaya que así es! Mi amo ya no me quiere porque ya soy viejo y estoy más débil cada día que pasa. Lo entiendo, ya no sirvo para cazar. Por eso me alejé de ahí. Pero, ¿ahora dónde voy a conseguir comida?

—¿Sabes qué? —dijo el asno—. Yo voy a la ciudad a ver si puedo encontrar trabajo como músico. Vente conmigo y entra también en la banda. Yo tocaré la guitarra. Tú puedes tocar la batería.

Al perro le gustó la propuesta y siguieron juntos la ruta. No había transcurrido mucho rato cuando encontraron un gato con cara de no haber comido tres días:

—¿Qué problemas has sufrido, bigotazos? —le preguntó el asno.

—Estoy muy triste —respondió el gato—. Me hago viejo y ya no puedo atrapar ratones, por eso mi ama me echó de la casa. Ahora mi situación es terrible; ¿adónde iré ahora?

—Vente a la ciudad con nosotros. Eres un experto en música nocturna y podrás entrar también a la banda.

Al gato le gustó el consejo y se unió a los otros dos.

Más tarde llegaron los tres amigos a una granja. Ahí estaba un gallo gritaba con todos sus pulmones.

—Tu voz se nos mete en la cabeza —dijo el asno—. ¿Qué te pasa?

—Mi labor es decir si habrá buen tiempo o no —respondió el gallo—. Pero como resulta que mañana es domingo y vienen invitados, mi ama, que es muy mala, ha mandado a la cocinera a que me eche a la olla. Por eso grito ahora con toda la fuerza de mis pulmones, mientras me quedan algunas horas.

—¡Bah, cresta roja! —dijo el asno—. Mejor vente con nosotros. Mira, nos vamos a la ciudad. Te aseguro que es mejor que morir. Tienes buena voz. Si todos juntos armamos una banda, lograremos estar bien. A lo mejor, hasta terminamos siendo amigos. Tú puedes ser el cantante.

Al gallo le pareció maravillosa la oferta. Así, los cuatro caminaron contentos hacia la ciudad

Pero no pudieron llegar aquel mismo día. Al anochecer decidieron pasar la noche en el bosque. El asno y el perro se acostaron bajo un alto árbol. El gato y el gallo se subieron a las ramas.

Antes de dormirse, el gallo echó una mirada a los cuatro vientos. A lo lejos vio una chispa de luz, por lo que gritó a sus compañeros:

—¡Miren! ¡En esa dirección! Debe haber una casa.

Dijo entonces el asno:

—Mejor será que vayamos para allá. Aquí no estamos muy seguros.

El perro pensó que unos huesos y un poco de carne no le caerían mal. Así que se pusieron todos en camino en dirección de la luz. Ésta iba aumentando en claridad cada vez que estaban más cerca. Después de un rato, llegaron a la guarida unos ladrones muy bien iluminada.

El asno, que era el mayor, se acercó a la ventana para ver qué había adentro.

—¿Qué ves? —preguntó el gallo.

—¿Qué veo? —dijo el asno—. Pues una mesa puesta con comida y bebida. ¡Ah!, y unos bandidos que se están comiendo todo.

—¡Eso nos iría muy bien! —dijo el gallo.

—¡Claro que sí! —añadió el asno—. ¡Ojalá pudiéramos estar allí!

Los animales platicaron sobre cómo sacar de ahí a los ladrones. Después de mucho discutir, encontraron una solución. El asno se colocó con las patas delanteras sobre la ventana; el perro montó sobre la espalda del asno, el gato trepó sobre el perro y, finalmente, el gallo se subió a la cabeza del gato.

Ya que estaban en posición, todos comenzaron a hacer su música: el asno, rebuznando; el perro, ladrando; el gato, maullando, y cantando el gallo. Luego se lanzaron por la ventana al interior de la sala. ¡Rompieron casi todos los cristales!

Los bandidos se levantaron de un salto ante aquel terrible ruido. Algunos pensaron que tal vez se había metido fantasma. Como tenían miedo, corrieron hacia el bosque sin mirar atrás.

Los cuatro grandes amigos se sentaron a la mesa. Con la comida que estaba ahí, disfrutaron durante varias horas.

Cuando los cuatro músicos terminaron el banquete, apagaron la luz y buscaron un lugar para dormir. El asno se echó sobre la paja; el perro, detrás de la puerta; el gato, sobre las cenizas calientes de una chimenea y el gallo se paró en un palo que estaba en lo más alto. Como todos estaban agotados por su larga caminata, no tardaron en dormirse.

A media noche, los ladrones observaron desde lejos que había luz en la casa y que todo parecía tranquilo, entonces dijo el capitán:

—Creo que no debimos espantarnos así. Tal vez no pasó nada grave.

—Quizás fue el viento —dijo un ladrón.

Y el capitán envió a un bandido a explorar el terreno.

El mensajero lo encontró todo quieto y silencioso. Entró en la cocina para encender la luz. Al ver los ojos del gato, pensó que eran los restos del fuego de la chimenea. Entonces prendió un fósforo para reanimar el fuego. Pero el gato no estaba para bromas. En cuanto sintió el calor le saltó a la cara y se puso a arañarlo.

El hombre se asustó mucho y se echó a correr hacia la puerta trasera. Entonces el perro se levantó de un brinco porque ahí estaba durmiendo. De inmediato lo mordió en una pierna. El bandido huyo y cruzó el sitio de la paja, por lo que el asno le dio una gran patada. Y claro, por todo ese ruido, el gallo se había despertado y gritaba desde su viga: ¡Quiquiriquí!

El ladrón, corriendo lo más rápido posible, llegó hasta donde estaba su capitán y le dijo:

—¡No vaya! ¡No vaya nunca! En la casa hay una horrible bruja que me ha arañado la cara con sus largas uñas. En la puerta hay un hombre armado de un cuchillo y me lo ha clavado en la pierna. Donde está la paja, hay un monstruo negro me ha pegado con un enorme martillo. Además, en lo más alto del tejado, hay un juez que grita: «¡Tráeme al ladrón aquí!». Apenas pude escapar.

Los bandidos ya no se atrevieron a volver a la casa. Los músicos se encontraron en ella tan a gusto, que ya no la abandonaron. Desde ese momento decidieron ser los mejores amigos y si no me creen, pueden ir a esa casa para ver que no les miento.

El viejo Sultán

Un campesino tenía un perro muy fiel llamado Sultán. Se había hecho viejo y ya no le quedaban dientes para cazar.

Un día, el campesino estaba con su mujer en la puerta de la casa y le dijo:

—Mañana dormiré al viejo Sultán. Ya no sirve para nada.

La mujer quería mucho al animal, por eso respondió:

—Ha estado con nosotros durante muchos años. Siempre ha sido muy fiel. Ahora podemos alimentarlo sin que tenga que trabajar.

—¿Qué dices, mujer? —preguntó el campesino—. ¡Tú no estás pensando bien las cosas! No le queda ni un colmillo en la boca. Ningún ladrón le tiene miedo. Ya ha terminado su misión. Sí, nos ha servido bien, pero tampoco le ha faltado su comida.

El pobre perro, que estaba tomando el sol a poca distancia, oyó la conversación. ¡Se puso tan triste! No quería pensar que el día siguiente sería el último de su vida.

Tenía en el bosque a un buen amigo: el lobo. Al caer la tarde se fue a verlo para contarle lo que le pasaría.

—Ánimo, compadre —le dijo el lobo—. ¡Yo te sacaré del problema! Se me ha ocurrido una idea. Mañana, de madrugada, tu amo y su mujer saldrán a buscar hierba. Como se van a llevar a su hijito, la casa se quedará sola.

Mientras trabajan, siempre dejan al niño debajo de un árbol. Tú te pondrás a su lado, como para vigilarlo. Yo saldré del bosque y robaré la criatura. Tú vas a fingir que me persigues. Entonces, yo soltaré al pequeño. Los padres pensarán que eres todo un héroe. ¡Ya no van a querer hacerte daño! Ellos son buenas personas. Es más, te aseguro que de ahora en adelante, te van a tratar como a un rey.

Al perro le pareció bien la idea. Llevaron a cabo el plan y todo salió perfecto. El padre dio grandes gritos al ver que el lobo escapaba con su hijo; pero cuando el viejo Sultán le trajo al chiquillo sano y salvo, acarició contentísimo al animal y le dijo: