Cuentos de amistad cortos para niños página 8

El ratoncito, que era tan bueno, dijo que lo haría con gusto. El gato rodeó la muralla de la ciudad hasta llegar a la iglesia. Al llegar se comió la mitad del contenido del platito.

—Nada sabe tan bien —dijo— como lo que uno mismo se come.

Y quedó muy satisfecho.

Al llegar a casa le preguntó el ratón:

—¿Qué nombre le pusieron esta vez al pequeño?

—Mitad —contestó el gato.

—¿Mitad? ¡Qué ocurrencia! Nunca había escuchado semejante nombre. Apuesto a que es el primero en llamarse así.

No transcurrió mucho tiempo antes de que al gato se le antojara de nuevo el dulce.

—Las cosas buenas van siempre de tres en tres —dijo al ratón—. Otra vez tengo que ser padrino. No te importa que vaya, ¿verdad?

—¡Claro que no! Me da gusto que apoyes a tu familia —dijo el ratoncito.

Mientras no estaba su amigo, el ratón se dedicó a ordenar la casita y dejarla brillante. En cambio, el gato se acabó el resto del platito.

 

—Es verdad que uno no está tranquilo hasta que lo ha terminado todo —se dijo el gato.

Como estaba lleno de comida, fue a dar un largo paseo y no volvió a casa hasta la noche.

—¿Qué nombre le pusieron al tercer gatito? —preguntó el ratón.

—Creo que no te gustará tampoco —dijo el gato—. Se llama Terminado. 

—¡Terminado! —exclamó el ratón—. Éste sí que es el nombre más extraño de todos.

Y como estaba muy cansado, se echó a dormir.

Ya no volvieron a invitar al gato a ser padrino. Llegó el invierno y ya no había comida, por eso dijo el ratón:

—Anda, gato, vamos a buscar el platito de dulce que guardamos; ahora es cuando lo necesitamos.

—Sí —respondió el gato, muy preocupado.

Al llegar al escondite ahí estaba el platito, pero vacío.

—¡Ay! —exclamó el ratón— Ahora lo comprendo. Te lo comiste todo cuando me decías que ibas de padrino. Primero Empezado, luego Mitad, luego…

Como el gato se sentía muy mal, salió de inmediato de ahí. El ratón estaba muy triste y enojado. Pensó que se iba a morir de hambre. De pronto regresó el gato con un nuevo platito de dulce.

—Lo siento —dijo el gato con la cola entre las patas—. Pero mira, te he traído otro. Lo compré con todos mis ahorros. No hay nada más importante para mí que tu amistad. Puedes comértelo todo tu solito.

El ratón lo vio con una sonrisa, le acercó el plato, y los dos comieron felices.