Fábulas de Esopo para niños página 8

El perro y la liebre

Nuestro grillito estaba comiendo una deliciosa hoja cuando vio que un perro de caza atrapó a una liebre. A veces la mordía y otras veces le lamía el hocico. Como la liebre ya estaba cansada de esa actitud, le dijo:

—¡Ya decídete! O me besas o me muerdes, ¡así yo podré saber si eres mi amigo o mi enemigo!

El grillo estaba de acuerdo con ella y comentó:

—Ella tiene razón. Lo mismo haces conmigo. No deberías cambiar la manera en que nos tratas. ¡Ya no sé si eres nuestro amigo o nuestro enemigo!

El perro y su reflejo en el río

El grillo estaba cantando a la orilla del río, mientras veía su reflejo en el agua.

Un perro caminaba por ahí con un sabroso pedazo de carne en el hocico. Al bajar un poco la cabeza, también observó su reflejo. ¡Él creyó que era otro perro que tenía un trozo de carne mayor que el suyo!

Entonces, quiso quedarse con el botín más grande. Por eso ¡soltó el suyo para quedarse con el otro!

Pero claro, el perro se quedó sin su carne y sin la ajena, porque ¡ésta no existía! Era un reflejo. Y ya sabrás que a la verdadera se la llevó la corriente.

—Ya te había dicho que no envidies a los demás. Vente, vamos a conseguir más comida —le dijo el grillo y se lo llevó caminando para que ya no estuviera triste.

La corneja y las aves

Zeus quería elegir a la reina de las aves. Para eso las citó a todas. ¡La ganadora sería la más hermosa!

Todas fueron a la orilla del río para limpiarse.

La corneja observó el reflejo del agua. ¡Se dio cuenta que era la más fea de todas! Entonces recogió las plumas que sus compañeras dejaban en el piso. Luego se las pegó en el cuerpo. ¡Así se convirtió en la más bella!

—Te van a descubrir —le dijo el grillito a su amiga.

Por fin llegó el gran momento. Todas se presentaron ante el dios. No faltó, por supuesto, la corneja.

Zeus se dejó engañar por su belleza falsa. ¡Estaba a punto de concederle la corona! De pronto, los demás pájaros le arrancaron las plumas que no eran de ella.

Como ya no tenía su disfraz, la corneja perdió la competencia.

—Te lo dije, amiga. No se puede ganar con trampas —dijo el grillo—. Además, a mí me gusta mucho como eres.

El ruiseñor y el gavilán

En lo más alto de un roble, un ruiseñor cantaba como de costumbre. Un gavilán hambriento lo vio desde lejos. ¡De pronto se lanzó sobre él!

—¡Cuidado! ¡Cuidado! —gritó el grillito, pero el ave no lo escuchó.

El ruiseñor estaba seguro de su muerte. Por eso rogó que lo soltara.

—Si me comes, no te vas a llenar. Al contrario, ¡sólo te dará más hambre! Es mejor que consigas una presa de mayor tamaño —dijo el ruiseñor.

—Me estás dando un mal consejo.  No dejaré escapar a la presa que ya tengo ¡por otra que ni siquiera he visto!

El grillito pensó en que el gavilán tenía razón, pero estaba triste por su amigo el ruiseñor.

El ciervo, el manantial y el león

Un ciervo tenía mucha sed. Por eso fue a beber agua a un manantial. Al hacerlo, observó su figura en el agua.

—¡Qué hermosos cuernos tengo! En cambio, tengo unas piernas débiles y flacas —dijo primero contento, y luego muy triste.

El grillito estaba parado en uno de sus cuernos escuchando lo que decía el ciervo, pero de pronto, ¡llegó un león para atacarlo! El ciervo se echó a correr y le ganó una gran distancia.

El ciervo no encontró ningún obstáculo.

—Ya nos salvamos —le dijo al grillo.

Por desgracia, al entrar al bosque, ¡sus cuernos se atoraron en un árbol! El pobre fue atrapado por la fiera y el grillo se cayó.

—¡Qué desdichado soy! Mis piernas, a las que desprecié, ¡me salvaron la vida! En cambio, mis cuernos que me gustaban tanto, me hicieron perder —dijo el ciervo.

El ciervo y las hojas

Unos cazadores estaban persiguiendo a un ciervo. Por eso se ocultó detrás de un arbusto. Los cazadores pasaron cerca. El ciervo creyó que estaba a salvo. Luego ¡comenzó a comerse las hojas que lo cubrían!

El grillito, que estaba en ese arbusto, saltó de ahí con prisa.

Los cazadores vieron algo moverse. ¡Claro!, ellos pensaron que ahí había un animal oculto. Por eso dispararon sus flechas y le dieron al ciervo. Éste pronunció las siguientes palabras:

—¡Bien merecido me lo tengo! ¡No debí maltratar a quien me estaba ayudando!

—Yo por eso siempre le doy las gracias a quien me ayuda, por ejemplo, al buen arbusto —dijo el grillito.