La Iliada página 3

—¿No te da pena el dolor que tu hija me ha causado? —le dijo Ares a Zeus.

—Calla —contestó el padre de los dioses—. Tú siempre has buscado pelear. Pero no me gusta verte sufrir, así que mandaré que te curen.

 Hera y Atenea regresaron al Olimpo, pues ya habían logrado que Ares dejara de luchar junto a los hombres troyanos.

Canto 6

La terrible batalla continuó. Diomedes y Ulises eran los grandes héroes. Parecía que todo estaba perdido para los troyanos, pero Heleno buscó a Héctor para decirle:

—Ve a pedirle a las mujeres que le rueguen a Atenea para salvar a la ciudad.

Ellas le hicieron caso. Fueron al templo de Atenea y le suplicaron:

—Amada Atenea, protectora de la ciudad. Rómpele la lanza a Diomedes y te daremos un sacrificio.

Atenea escuchó el ruego de las mujeres, pero no les hizo caso. Mientras tanto, Héctor fue a buscar a Paris, quien estaba limpiando sus armas.

—Levántate, Paris. La ciudad está a punto de caer en manos de los aqueos.

—Sí, hermano. Helena ya me había dicho que me preparara de nuevo para la batalla.

Héctor salió de ahí. Entró a su palacio, pero no encontró a su esposa. Una mujer le dijo que se había ido hacia la muralla con su pequeño niño. Fue a buscarlos. Su mujer le dijo que se cuidara en la batalla, porque si algo le pasaba ella se pondría muy triste. Héctor le dijo que él pelearía siempre en la primera fila del combate. Héctor caminó hacia la batalla y, al poco tiempo, lo siguió Paris.

Canto 7

Los dos hermanos entraron a la batalla. Paris luchó como un valiente y derrotó a muchos aqueos. Héctor también peleó con mucha fuerza. Atenea observó esto y bajó para detenerlos, pero Apolo se dio cuenta y se opuso a ella. Entre los dos dioses organizaron un plan, que fue el que le dijo a Héctor:

—Héctor, suspende la batalla —le susurró Apolo—. Reta al más valiente de los aqueos a un terrible combate contra ti. No te pasará nada, porque los dioses aún no deciden que mueras.

Héctor estuvo de acuerdo y les lanzó el reto a los aqueos quienes se quedaron callados. Menelao, al ver que nadie respondía, quiso ser él quien se enfrentara a Héctor, pero su hermano lo detuvo, porque sabía que el troyano era mucho más fuerte.

Muchos aqueos deseaban luchar. Los más importantes eran Diomedes y Ulises. Un sabio les dijo:

—Que sea la suerte la que decida.

El ganador fue Áyax, un enorme guerrero. Él se puso su armadura de bronce y marchó hacia Héctor. Al ver al aqueo, el jefe de los troyanos tembló, pero no tenía tiempo de tener miedo. Los dos se tiraron sus lanzas sin hacerse daño. Áyax atacó de nuevo, traspasó el escudo de Héctor y lo alcanzó en el cuello. Le salió un poco de sangre pero siguió luchando. El troyano tomó una gran piedra que casi rompe el escudo de su enemigo, pero él tomó una aún más grande que lo tiró, por suerte Apolo lo levantó rápidamente. Ya estaban a punto de atacarse con sus espadas cuando llegaron dos mensajeros de Zeus.

—Hijos míos, ya no combatan entre ustedes, porque a los dos los ama Zeus.

Se separaron y acordaron continuar con la batalla al día siguiente. Para terminar la batalla, un dios debía separarlos y decidir quién había ganado.

Al regresar a Troya, el ejército estaba reunido. Un viejo sabio le dijo a Paris:

—Helena debe volver con Menelao. La guerra no terminará hasta que la regreses.

Paris no aceptó lo que decía el anciano. En lugar de Helena, ofreció muchas riquezas para los aqueos. Un par de mensajeros fueron a dar este menaje, a lo que contestó Diomedes:

—No aceptaremos las riquezas y tampoco lo haríamos con Helena. Ya todos sabemos que Troya está a punto de caer en nuestras manos.

Los aqueos aplaudieron. Los mensajeros regresaron para decir que no se había aceptado su propuesta.

Durante toda la noche los aqueos y los troyanos comieron y bebieron. Mientras hacían esto, Zeus no podía dormir pensando cómo dañar a todos los hombres. Estaba tan enojado que todo el cielo tronaba.

Canto 8

—Escúchenme bien, todos los inmortales ­—dijo Zeus en el Olimpo—. Les prohíbo que cualquiera de ustedes ayude a los troyanos o a los aqueos. Si me desobedecen, se darán cuenta que yo soy más poderosos que todos ustedes juntos.

Todos los dioses se quedaron callados. Zeus tomó uno de sus carros sagrados y volando llegó a un sitio donde podía ver la batalla completa. Mientras tanto, los aqueos y los troyanos se preparaban para la guerra.

Se abrieron las puertas de Troya de donde salió un grupo de infantes, que son soldados a pie, y otro de carros tirados por caballos. Cuando los dos ejércitos se encontraron fue un gran choque. Al llegar la tarde, Zeus puso en una balanza el destino de los dos pueblos por ese día. Perdieron los aqueos. Por eso les mandó una ardiente centella, que era como una estrella cerca de ellos. Los aqueos temblaban de miedo.

Casi todos los aqueos escaparon, menos Néstor, el viejo sabio, que se quedó atorado en su caballo. Héctor lo vio, y ya iba a atacarlo cuando apareció Diomedes que le gritó a Ulises para que le ayudara. El héroe lo subió en su carro para rescatarlo.

Entre los tres atacaron a Héctor, pero no le dieron. En cambio, derribaron al conductor del carro. Héctor consiguió otro y fue a seguirlo. Diomedes estaba a punto de herirlo cuando Néstor le dijo:

—¿Qué no te das cuenta que Zeus no está de nuestro lado? Hoy apoya a los troyanos, tal vez mañana a nosotros. Nadie te llamará cobarde, pues todos saben que no lo eres. Ahora vámonos.

Héctor los seguía mientras le gritaba a los troyanos para que fueran poderosos en la lucha. Él también se había dado cuenta que ese día Zeus estaba de su parte.

—¿Acaso no te importa ver cómo derrotan a los aqueos? ­—le dijo Hera, la esposa de Zeus a Poseidón, el dios del mar.

­—Yo no me voy a meter. El padre de los dioses dijo que no lo hiciéramos. Recuerda que él es más poderoso que nosotros.

Los troyanos ya estaban a punto de derrotar a sus enemigos. Héctor ya iba a quemar algunos barcos, pero Agamenón le pidió a Zeus que salvara a su pueblo. El dios se sintió triste por las lágrimas del jefe de los aqueos y le mandó un águila. Al verla, los aqueos sintieron que habían sido perdonados por el dios y lucharon con más fuerza que nunca.