En aquel momento se estaban metiendo a sus cuevas, porque en el día se las podría comer su enemigo, el pájaro rokh.

Me fui de ahí con mucho cuidado. Sin hacer ruido. Y así, caminé mucho hasta que se hizo de noche. Luego entré a una cueva. Le puse una piedra en la entrada para que nada pudiera meterse. Ya me iba a acostar cuando vi a una serpiente enorme, más grande que cualquiera de las anteriores. Me dio tanto miedo que me desmayé hasta la mañana siguiente.

Desperté y entonces me di cuenta de que no me habían comido. Quité la piedra de la entrada y salí de ahí corriendo. Me sentía muy mal por la falta de comida y agua. Miré a mi alrededor y, de repente, ¡cayó sobre mí un pedazo de carne cruda! Entonces me acordé de cierta historia. Se contaba que, como los buscadores de diamantes no podían bajar, echaban carne para que los diamantes se quedaran pegados. Las águilas y los rokhs la tomaban, subía con la carne, luego las espantaban y se quedaban con la riqueza.

Pensé que tal vez podría salvarme. Tomé todos los diamantes que pude. ¡Los más gruesos y hermosos! Luego me amarré con el turbante al gran pedazo de carne y esperé. De pronto sentí cómo me elevaba por los aires. ¡Un rokh me atrapó entre sus garras! ¡Mi plan había funcionado! Me llevó a su nido a donde estaban los rokhcitos. Ya me iban a comer, cuando se escucharon fuertes gritos que espantaron a las aves. Entonces me desaté.

Un comerciante se acercó a mí. Estaba impresionado. Vio el pedazo de carne, buscó algún diamante, pero como no había nada, dijo:

—¡Estoy perdido! No tengo nada para alimentar a mi familia.

—¡Hola, amigo! —le dije con mucha amabilidad.

—¿Quién eres? ¿Por qué has venido a robarme mi fortuna? —preguntó furioso.

—No debes tener miedo —contesté—. No soy un ladrón. Para que veas que soy bueno, te regalo esto.

Entonces le di algunos diamantes de los más grandes.

—Ésta es una fortuna enorme. Más grande de la que verás en toda tu vida.

El hombre se puso muy feliz. Me dio un gran abrazo y dijo:

—Con uno de estos diamantes basta para ser rico toda la vida. ¡Ni siquiera los reyes los tienen tan grandes!

Luego llegaron otros comerciantes a quienes les conté mi historia. Ellos me felicitaron y dijeron:

—Debes estar muy contento. Eres el primero que escapa de ese lugar.

Luego me llevaron a una casa. Comí y bebí. ¡Después me quedé dormido una noche y un día enteros! Entonces viajpe en su barco a mi amada Bagdad. Y así es como terminó mi segundo viaje. Por supuesto, me prometí nunca tener ninguna aventura más en la vida.

El tercer viaje de Simbad, el Marino

Todos los invitados de Simbad el Marino se fueron a dormir. También lo hizo el Cargador. Al día siguiente regresaron emocionados para seguir escuchando las historias del dueño de la casa. Él habló así:

«Yo estaba muy tranquilo. Llevaba ya un tiempo descansando. Poco a poco se me olvidó el miedo que sentí en mis viajes anteriores y me decidí: partiré de nuevo.

Como siempre, compré algo de mercancía y me subí a un barco para comerciar. Todo iba muy bien hasta que vi al capitán muy preocupado.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—¡El viento está en nuestra contra! ¡Nos ha lanzado a la parte peligrosa del mar!

—¿Podremos salir?

—No lo creo. Mire hacía allá. ¿Ve esa isla? ¡Es el peor lugar del mundo!

—¿Por qué dice eso? —pregunté.

—Se llama la Isla de los monos. Nunca alguien ha salido vivo de ahí. ¡Estamos perdidos!

De pronto, vimos que el barco estaba lleno de monos. ¡Eran cientos! No quisimos atacarlos porque era demasiados. Nos dio miedo hacerlos enojar.

Estaban muy feos. ¡Más feos que todas las cosas feas juntas que he visto en mi vida! Eran de la mitad del tamaño de un humano. Tenían muchísimo pelo y los ojos amarillos. Parecía que hablaban, pero no les entendíamos nada.

Subieron por los palos y arrancaron las velas. Cortaron las cuerdas y tomaron el timón. Entonces el barco se acercó a la costa y nos bajaron ahí. Ellos volvieron a subir al barco y nos abandonaron. Nosotros sólo nos quedamos viendo cómo nuestra nave se iba.    

Después de un rato nos dimos cuenta que teníamos que sobrevivir. Caminamos hacia donde habían algunos árboles y agua fresca. Ahí pudimos descansar un poco. Luego caminamos hacia el interior de la isla y vimos algo que parecía un edificio. Era muy grande y daba la impresión de estar abandonado. Al acercarnos más, nos dimos cuenta de que era un palacio rodeado de murallas.

Como la puerta estaba abierta, entramos con cuidado. Llegamos a una sala tan grande como un patio. Ahí vimos utensilios de comida enormes. Una cuchara era casi del tamaño de un hombre. En una olla creo que podría caber un barco pequeño. El lugar olía horrible. Casi no podíamos respirar. Como estábamos muy cansados, nos acostamos y nos dormimos de inmediato.

 

De pronto, un ruido terrible nos despertó. Eran los pasos de un gigante del tamaño de una palmera. ¡Era más horrible que todos los monos juntos! Tenía los ojos rojos, los dientes largos como colmillos y la boca era como un pozo.